La explosión de la bomba nuclear cambió nuestras vidas. A mí en concreto la radiación me cambió el estilo de vida, mi psicología y hasta mi tránsito intestinal. La bomba cayó en en lugar menos pensado, en concreto 2 palmos más a la derecha. El invierno fue puntual a su cita y llegó cuando se esperaba: justo en invierno. Recuerdo que ese invierno fue el más frío del año. Hacía un frío que pelaba, aunque el corte de pelo dejaba mucho que desear. Y aquel día pasó rapidísimo, tan sólo duró 24 horas. Mi hija le puso una vela a San Pancracio, tan cerca que le quemó los huevos al pobre.
Las explosiones nucleares son como los chistes de Arguiñano: nunca te acostumbras a ellas y no te entra en la cabeza algo tan horroroso. El rumor de la radioactividad corrió como la pólvora, es decir, nadie se enteró, ¿tú has visto alguna vez correr a la pólvora?.
Decían que el mundo se iba a acabar, pero yo no vi el cartel de The End por ninguna parte, así que supuse que era mentira. De todas maneras, el día que mordí un espárrago y éste empezó a gritar, sospeché algo. Ese día comí tiburón (al revés hubiera sido mucho peor el asunto). Incluso los macarrones con plutonio me sabían a gloria, y mira que a Gloria nunca me la comí.
Antes de la radiación no había quien se comiera la comida que hacía mi señora, que asco de pucheros. Los váteres de las cárceles turcas huelen mejor. Y mira que yo siempre se lo di todo: mi afecto, mi cariño, mis facturas del móvil, mis calzoncillos para que los lavara...
La muerte de mi padre fue un trago muy amargo. Y mira que ya me imaginaba que sus cenizas en un vaso de agua muy buen gusto no podrían tener. Aún lo recuerdo, allí mismo le vi: tirado en el suelo en un charco de lana y vestido con una chaqueta de vómitos. En eso que recordé uno de sus más sabios consejos: “En el tema de las mujeres, ni gorda que tape ni alta que tope”. Que clase tenía.
Y eso que desconfiaba de él desde el día que me quiso vender un reloj de arena con alarma y cronómetro. También me decía que los Reyes eran los padres. Falso. Las pruebas de paternidad realizadas a Juan Carlos I lo desmintieron.
Me quedé a solas conmigo mismo, ya que si me hubiera quedado a solas con otro estaría acompañado. Estaba en la oscura calle donde se halla mi casa. Abrí la puerta y entré. Si lo llego a hacer al contrario me hubiera roto el tabique nasal. Conforme se acercaba mi hijo, cada vez se hacía más grande. No se trataba de metafísica, sino de principios básicos que se aprenden en Barrio Sésamo; cuando un tío está más lejos es más pequeño, y viceversa. Pero no deja de ser emocionante.
Menuda devastación. A mi madre le salió un enorme cuerno fruto de la radioactividad, justo al lado de los otros dos, fruto de las juergas de mi padre. A mi mujer le creció un palmo la nariz, se le llenó la cara de granos de a kilo, le salió barba en plan rabino, le desapareció una oreja y se le hundió un ojo, todo lo cual mejoró sustancialmente su primitivo aspecto. De hecho estuvo embarazada 14 años ya que, dados los niveles de radiación, el crío se acojonó y dijo que de allí no salía. Normal.
La radioactividad congeló las aguas. A mi hermano lo bautizaron con cubitos, partiéndole la cabeza en el acto. Tuvo su lado bueno la cosa: por bautizo más entierro te cobran un poco menos.
El enterrador del pueblo padeció una doble personalidad, era borracho y caritativo a la vez. Cuando iba borracho iba dando tumbos, y cuando iba caritativo iba dando tumbas. Ya ves.
Varios amigotes míos aún hoy día justifican su imbecilidad con la explosión nuclear. Falso. Os aseguro que ya eran así antes. Ah, y a mí, a causa del plutonio, me brotaron 2 palmeras en los sobacos. El Alcalde de Elche me nombró Patrimonio de la Humanidad como parte del Palmeral, y de esa subvención vivo hoy día.
Todavía recuerdo cuando era pobre y vivía en San Remo, pero luego me hice rico y viví en San Fuera Borda. Siempre me gustó la electricidad, por eso me preguntaba si a los semiconductores les podrían quitar el semicarnet de conducir.
Aunque cerré puertas y ventanas, la nostalgia me entró. Que triste fue todo, hasta el arcoiris salió en blanco y negro. Pensé en la similitud entre un boomerang y un gorrón: cuanto más lejos los tiras antes vuelven. Desde mi ventana vi a mi vecina, mi madre acababa de pegarle el coñazo. Y allí estaba ella, con el coño de mi madre pegado.
Pero ¿quién lanzó la bomba?. Todas las sospechas cayeron sobre mí, provocándome una seria fractura craneal. La bomba sembró la radioactividad, yo sembraba patatas, y mi hija era tan fea que sembraba el terror en los salones de estética. Vaya tela.
Mi mejor apoyo fue mi mujer, la verdad. Aunque es cierto que hace años me robó el corazón, no es menos cierto que la Policía la detuvo y la obligó a devolvérmelo.
Menuda destrucción, casi no quedó nadie. La superpoblación mundial es impresionante, menos mal que madre no hay más que una, que si llegan a haber varias...
Mª Sol Terona (2009)
Un monólogo muy divertido :-D
ResponderEliminarSalu2
Qué mal lo has tenido que pasar con la bomba esa. Tu historia hace llorar hasta a los niños de Chernobil, pero tranquilo que no hay radioactividad que mil años dure.
ResponderEliminarMarkos: Es que esto de las bombas nucleares da mucho juego. Cuando ya te has tragado unas cuantas parece que vas cogiendo la inspiración.
ResponderEliminarChafardero: Sí que lo pasé mal, sí. Mis manos quedaron inutilizadas y estoy escribiendo estas líneas con los pies. En cuanto al cerebro no me afectó en absoluto. Ni funcionaba ni funciona.
pos no me acuerdo porque todabia no nacia...!!!!!
ResponderEliminarjajajajajajaja
saludos!!!
Mira que olvidarse de nacer...
ResponderEliminarEso no lo hacemos ni nosotros, que ya es decir.
Bueno, esto es surrealismo y no las cacas esas que pintaba Dalí....
ResponderEliminarLo del bautismo de hielo ha hecho q se me atragante la tortilla de la risa (es q estoy cenando).
Besos, figuras
Desde enero, que empezamos con esto del blog, este ha sido uno de los comentarios que más nos ha llegado. Por lo del surrealismo. Es a lo que aspiramos, y ojo, porque no es fácil este terreno. Continuaremos inventando, eso seguro.
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